lunes, 6 de enero de 2020

PARTE UNO DE "LA HISTORIA DE MARTÍN PEÑA"

LA HISTORIA DE MARTÍN PEÑA | PARTE UNO:

Con mucho entusiasmo voy a compartir a través de estas líneas un poco acerca de cómo me vi involucrado, así como la forma tan extraordinaria en que las cosas sucedieron, para crear finalmente lo que desde hace décadas he dado en llamar como “bioquantum”.

Y es que para poder hablar acerca de lo que verdaderamente es “bioquantum” necesito empezar desde el principio… ya que te tengo que contar cómo pasó todo a detalle.

Lo primero que viene a mi memoria es el gran acontecimiento o la extraordinaria experiencia que marcó en un ‘antes y un después’ mi vida misma.

Entrando de lleno en materia, todo comenzó cuando era muy pequeño de edad todavía…

Verás, yo nací en el seno de una hermosa familia en pleno verano del año 1964. Soy originario de un pintoresco pueblito de agricultores y ganaderos enclavado en la sierra de Jalisco, México.

Los que vivíamos allí, en aquel tiempo, no pasábamos de trescientos habitantes distribuidos todos en poco más de sesenta casas.

Nuestros padres tuvieron a bien darnos todo lo necesario y siempre nos prodigaron amor sin distinción alguna, por eso mis hermanos y yo fuimos muy felices.

Por supuesto que desde pequeños se nos enseñó a ocuparnos de las labores propias del campo, mismas que desempeñábamos con bastante diligencia y entusiasmo.

Y ahora viene lo bueno… Estaría yo rondando los cinco años de edad aproximadamente, cuando me hice consciente de algo que había estado sucediéndome de manera recurrente… y es que una inolvidable noche, después que mi madre nos ofreció de cenar, recuerdo que nos fuimos todos a acostar arrullados por el habitual canto de los grillos…

Y resulta que a los pocos minutos de haber puesto la cabeza en la almohada y quedarme profundamente dormido, ¡me veo a mí mismo de pie fuera de la cama!, completamente consciente y despierto mirando un bulto o a alguien más que ocupaba mi lugar, el cual se encontraba acurrucado bajo las sábanas descansando plácidamente.

¿Te dije que estaba levantado y despierto viendo hacia la cama tratando de entender lo que pasaba? Así era, en efecto…

Y en mi interior saltó la pregunta obligada: ¿Quién será ese que está dormido como un bendito en mi lecho?

Por un momento pensé que quien estaba acostado era yo mismo, si usaba la lógica, por supuesto, porque hacía poco tiempo me acababa de meter a la cama, ¿no es cierto?

Me acordaba muy bien de eso; y quien fuera que estuviese ocupando mi lugar hasta se hallaba en la misma posición que yo tomé para dormir. ¡Madre mía! ¿Qué es lo que estaría sucediendo?

Déjame intentar explicarte lo que pasaba dentro de mí. Pues resulta que de ninguna manera sentía nada extraño ni reparé en que algo raro estuviese sucediendo porque para mí todo estaba dentro de lo conocido y me parecía algo normal.

Debo decirte que no me vi en un gran dilema ni me confundí a ese respecto. ¿Por qué? Porque para mí eso ya formaba parte de lo cotidiano, ya que seguido me descubría a mí mismo levitando con mi cuerpo o volando por doquier…

En otras palabras, en casos como ese tipo me sentía un experto porque según yo varias veces antes ya lo había experimentado.

Y digo que le resté importancia al fenómeno en que me vi envuelto porque para mí era natural verme volar (soñar que lo hacía), desde mucho tiempo atrás, al momento de escuchar, fuerte y claro por supuesto, el canto de los grillos dentro de mi cerebro.

Entonces, volviendo al meollo del asunto… como que daba por hecho que aquel otro personaje y yo formábamos parte de lo mismo o que éramos parte integrante de un “todo”.

No me preguntes por qué me daba esa impresión, pero parece que me resultaba simple y natural y como que siempre me había quedado claro.

Yo sólo sabía que quien era el “verdadero yo”, precisamente, era el que estaba de pie cavilando. Y ese era mi único y verdadero sentir en ese momento.

¿Qué habrías hecho tú si te percataras o te vieras en medio de un extraño acontecimiento como el que yo estaba viviendo? Muy buena pregunta.

Siempre he dicho que qué bueno que no me asusté al darme cuenta que estaba formando parte de aquel fantástico escenario.

¿A qué le atribuyes tú que no me haya espantado? ¿Qué habrías hecho tú ante una situación semejante? ¿Por qué no grité? ¿Por qué no se me ocurrió pensar que estaba muerto siquiera?...

¿O es que estaría soñando? ¿O alucinaba, acaso? ¿Me encontraría quizá bajo los efectos de un brebaje maligno? ¿No sería toda esa “visión” mero producto o parte de una terrible pesadilla?

¿Estaría mi subconsciente burlándose de mí y me jugaba una broma de mal gusto? ¿Estaba paranoico? ¿Sufriría en ese momento de la terrible enfermedad de esquizofrenia?

¡No, no y no! Nada tan lejos como eso. Todo estaba en su justo lugar… ¡Todo!

Aquí te lo vuelvo a decir con todo conocimiento de causa: Nunca me espanté, ni grité, ni pensé que estaba muerto, ni tuve deseos de correr ni nada por el estilo… Jamás hice nada de eso.

Yo estaba completamente seguro que no se trataba de un sueño y tampoco alucinaba, puesto que no había ingerido ningún tipo de medicamento o droga, ni estaba teniendo una pesadilla, ni mi subconsciente me estaba gastando una broma pesada, ni estaba paranoico y mucho menos esquizofrénico o loco de atar…

Nada de eso; nada. Entonces, ¿qué pasó?

Pues simplemente pasó que nunca cruzó, ni por asomo siquiera, un solo pensamiento por mi tranquila y muy receptiva mentecita.

Y tú tienes todo el derecho a replicar: «¡Que qué!, pero, ¿por qué no pasó nada por tu mente?» No pasó nada, precisamente, porque yo no sabía nada respecto a esa larga lista de boberías que enumeré párrafos atrás.

Has de recordar que yo era un niño que apenas tenía cinco años de edad; y un crío tan pequeño, el cual todavía no asiste a la escuela, no ha visto televisión, ni está influenciado por lo que le cuenten terceras personas, es verdad que no piensa en nada… y ese era mi caso, por supuesto.

Así de sencillo y así de clara estaba la cosa.

Abundando un poco en el tema, el “disco duro” de mi computadora, o sea, mi mente ─si me permites planteártelo de esta manera─, todavía se encontraba limpio de ideas extrañas y no tenía almacenado datos equivocados en torno a esa otra realidad.

No había en mi interior información de ningún tipo que pudiera servirme como base de la cual partir o que figurara como un antecedente. Esa fue la razón por la que no pensé en nada. Todo me pareció natural… todo estaba bien, así que no había por qué preocuparme.

¿Preocu… qué? ¡Vaya!, por fortuna ni siquiera sabía en aquel tiempo lo que significaba esa enredosa palabra. Yo sólo sabía que era el niño más feliz de la Tierra porque nada me hacía falta.

Además, las imágenes que aún conservo, y bien claras, es que a diario corría y saltaba por las serpenteantes veredas del campo o me veo entre las cristalinas aguas del río chapoteando y jugueteando con mis amigos hasta que el cansancio y el hambre nos vencían.

Ni más ni menos así era mi vida. ¡Bendita inocencia la mía!, creo que esa inigualable libertad, y el haber crecido en pleno contacto con la naturaleza fue lo que me salvó de llevarme un buen susto al descubrirme a mí mismo al pie de la cama dentro de mi habitación…

CONTINUARÁ...

PARA CONOCER "LA HISTORIA DE MARTÍN PEÑA" COMPLETA (37 ENTREGAS), VISITA ESTE ENLACE:
https://www.martinpenalibros.com/p/historia-martin-pena.html





No hay comentarios.:

Publicar un comentario